Enamórate de un tuitero -o tuitera-, pero no de cualquiera.

Intentaré poneros en situación ayudada por la metáfora, así que hablaré de Twitter y os haré una confesión: no me llevo bien con él, tenemos una relación amor-odio de manual. ¡Sí, así es! Twitter me viene grande, o quizá sea todo lo contrario: yo no quepo en él. Lo intento, de veras que lo intento,  lo he intentado y probablemente lo seguiré intentando, pero sinceramente: me cuesta. Reconozco que soy yo la que tiene el problema, en este caso es el medio el que no me sirve (o yo no sirvo al medio), por lo tanto, me quedo fuera. Hablo de mí porque me es más fácil, pero a muchos nos ocurre y no sólo en Twitter. ¿Cuántos de vosotros estáis en Twitter sin participar, siendo sólo “scrolladores de fondo”? La mayoría. Yo soy una experta “scrolladora de fondo”, de ahí que mi número de favs supere con creces al de mis tweets, como en la mayoría de vuestros casos. Pero ahí sigo, ahí seguimos, porque tan así es que siempre algo interesante y diferente encontramos, o porque quizá queramos estar ahí por algún otro motivo. En cualquier caso, Twitter es una fábrica de audiencias, un espacio donde el Trending Topic del momento puede generar miles de tweets con –por desgracia- no demasiadas variantes. Aun así, nosotros elegimos: hacemos RT y damos fav a todo aquello con lo que nos sentimos identificados, y así et voilà: hay ganador de la mañana. O de la tarde. O del medio día. Pero ahora pregunto ¿cuántos de vosotros supera la barrera del “scroll de fondo”? ¿Cuántos sigue a alguien con quien no comparte la mayoría de sus opiniones? Eso no nos sirve, ¿verdad? Simplemente molesta. ¿Cuántos de vosotros interactúa con completos desconocidos? Es más, ¿quién quiere interactuar con un desconocido si ya lo puedo hacer con mis amigos? Claro, mis amigos, los que tienen mis mismos gustos, conocemos los mismos chistes, vamos a los mismos sitios de cervezas y vemos las mismas películas de zombies y tiros.

 

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«Pierrot Le Fou», Jean-Luc Godard, 1965

Leía en The Atlanthic que los periódicos y revistas digitales, desde que incluyen herramientas de medición de audiencias pueden saber con exactitud qué artículos son los más leídos, si son leídos al completo o solamente son leídos a medias, el tiempo que una misma persona permanece en cierta sección o qué clase de suerte, aciertos o infortunios, corre un titular. Con los resultados obtenidos con estos pluggins se pone de manifiesto que la realidad es diametralmente opuesta a los resultados que han ido recogiendo los sondeos realizados hasta el momento y que se obtenían al preguntar directamente a los lectores cuáles eran sus principales intereses o preferencias a la hora de leer noticias. Es decir, que frente a un testimonio público que prefiere y elige noticias nacionales y políticas en primer lugar, nos topamos con la realidad de que lo que en primer lugar nos interesa son las fotos y gifs de gatos. El artículo intenta dar una explicación psicológica a este hecho, al porqué preferimos unas a otras, diciendo que todo es debido a la dificultad que encontramos a la hora de enfrentarnos ante eventos que necesitan más atención de nuestra parte, y que lo que ya nos es familiar, por su propia estructura de familiar, nos hace “surfear” con más fluidez sobre la noticia en cuestión.

Aquí, así, tendremos en cuenta dos premisas importantes: la primera: si el distribuidor de noticias, la editorial, la empresa, conoce las verdaderas preferencias de sus lectores puede modificar el contenido de sus periódicos o revistas en función de estas por la mera supervivencia de dicho medio, cuestión que podría llevar al deterioro de la calidad informativa o de investigación que deben tener los mismos, ya que, como demuestran estos sondeos, la audiencia fluye mejor fuera de las “noticias complicadas”. Y la segunda: la muestra de estos datos revela que la sociedad, tan globalizadamente comprometida y henchida de orgullo por esto, podría no estar tan implicada en los acontecimientos relevantes de nuestra época, al menos, no tanto, en lo ajeno; aunque pudiera ser común, en su acepción de comunitario, y así que lo solucionen los demás o en la de cotidiano, que por habitual pueda ganar en intrascendencia. Una sociedad más pasiva que compasiva.

Y de nuevo me encuentro con algunos de mis temas más comunes: comunicación, mercantilismo de nuestra sociedad e Internet. Y así, me doy de bruces directamente con lo hoy quiero señalar y sobre lo que tengo que quejarme: siempre hablamos de lo mismo.

Lógico es que ayer todos hablásemos de Felipe VI o que el día anterior nos pronunciásemos sobre la selección española: son temas que nos unen, como nos une la meteorología y un “he escuchado que mañana lloverá”;  temas que nos unen a todos porque todos, de algún modo u otro, tenemos una opinión que dar o algo que decir. Sin embargo, cada uno de nosotros tiene un interés especial en ciertos temas -supongo que por gustos o inquietudes personales- que ocupan bastante de nuestro tiempo y que no con cualquiera podríamos tratar. Por otra parte, es cierto que cuando un tema nos interesa o nos preocupa acabamos encontrando “señales” hasta en los escaparates de los chinos, pero sin ser mi obsesión de tal envergadura compruebo cómo algunos temas inundan conversaciones, revistas y hasta tweets sin que ninguna de estas exposiciones aborde el tema de manera especial o diferente, o más bien, sin que ninguna me aporte nada nuevo. Mi suerte es que encuentro textos que expresan magistralmente bien –y envidiablemente bien también- mis propias ideas, textos con los que consigo homologación de las mismas de mano de personas o personajes que tienen mi mayor respeto. Pero es una suerte que no sólo me alegra, sino que empieza a preocuparme.
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Anna Karina y Jean-Paul Belmondo

Y me preocupa por algo fundamental, y es que en medio de este mar de “homologación” de ideas y en este maremoto de sentencias firmes que sólo cambian de significado gracias a alguna voz discordante o que señala otros puntos a tener en cuenta, algo se nos escapa mientras nos damos palmaditas en las espaldas y nuestros egos quedan atiborrados. ¿Hasta qué punto una sociedad vaga, tanto imprecisa como indolente, influye en los contenidos de nuestros medios -tradicionales o nuevos- de conocimiento o información? Más concretamente ¿están en España estos medios y sus colaboradores tan sometidos a las modas imperantes como para no publicar trabajos más profundos o novedosos? ¿o es que de tanto “hablar” ya está dicho todo? Doy por hecho que la moda manda, y doy por hecho que al servicio de ella están todas las empresas que quieran sobrevivir en el mercado; pero también doy por hecho que existen trabajos merecedores de ser publicados y que por poca demanda no tienen ese espacio para ellos; y por supuesto, no todo está dicho. Afortunadamente hay quien encuentra hueco, y además bien grande, en esta abarrotería “ilustrada” siendo todo lo que no son la mayoría, quien siempre aporta una visión diferente, y quien va más allá de lo que la demanda mande. Simplemente es porque este alguien es bueno, es bueno en lo que hace, y probablemente sea alguien que marque el paso y no quien siga el paso marcado.

Puede –lo sé- que esté mezclando conceptos, que esté hablando de cosas diferentes desde un mismo eje, pero es que tanto el afán de reconocimiento de autores y medios, como el de reconocimiento de ideas paralelas y familiares de los que no nos dedicamos a ello en ellos, y también, la felicidad embriagadora de este reconocimiento que Internet ofrece para esta sociedad global pero necesitada de acervo, nos empuja dolorosamente, en cierto modo, a igualarnos pero a la baja. No sé si es cuestión de carácter cultural, humano, simplemente una moda, o a qué será debido, pero tenemos para una sociedad que quiere leer novelas de amor, autores de Cincuenta sombras de Grey, y para estos autores, una sociedad que no ha leído a Nabokov.

Termino con más metáforas y un consejo: parece ser que es sólo por amor por lo único que a veces se mueve el mundo, así que enamórate de un tuitero interesante, verás como intentas romper la barrera del scroll  de fondo y aunque nada llegue a más que un deseo o una ensoñación, al menos, aprenderás cosas nuevas.

Homer Simpson está de resaca y no ha ido a votar

¡Qué de emociones en un solo fin de semana! Ayer la Champions y hoy las Europeas. Pero claro, lo primero parece ser más emocionante que lo segundo, al menos, eso decían los gritos y vítores que podían escucharse por las calles de toda España. Calles desérticas y bares repletos, cines vacíos y reuniones de amigos en casa de alguno. El espectáculo televisivo del futbol añade emoción al asunto y la movilización de los españoles ante tal acontecimiento es de las más destacadas. Hoy, sin embargo, tras la resaca de La Décima, la movilización ante las elecciones al Parlamente Europeo es mucho menor que la de ayer. La cuestión aquí es que aunque emocionantes pueden ser las dos –para unos más que para otros y la primera más que la segunda, como ya he dicho- emocionales son ambas.

Un conocido, por ejemplo, es del Atleti desde que veía el futbol con su abuelo y este le trasmitió su pasión por el equipo. Él es de Vallecas y ayer, aunque triste, se sentía colchonero como el que más, recordaba a su abuelo y suspiraba por la oportunidad de un “otra vez será”. En política, más que preferir a la izquierda es que odia, literalmente, a la derecha. Odio debido a la mala experiencia de su familia con Franco, aunque él nació en 1982. Por otro lado, una conocida, con familia de militares desde hace cuatro generaciones, es del Madrid y por supuesto ayer celebró la victoria; pero aunque tenía claro que votaría al PP, porque ella es del PP casi por los mismos motivos que mi amigo es del Atleti, no aseguraba que hoy fuera a votar; por eso de la resaca. Y mi amiga Mena, una holandesa que se vino a Málaga a los once años de edad, es del Atleti porque aunque su padre es del PSV Eindhoven, cuando ella vivió en Madrid descubrió la afición colchonera y le gustó el ambiente de la afición en las gradas; anoche no tenía claro a quién votaría hoy porque ha leído los programas y sigue las noticias de prensa, pero ella prefiere la reflexión -tiene que formar su propio criterio para algo tan importante- pero eso sí, el Día de la Reina de Holanda viste siempre algo naranja. (Ahora venga, ¿quién se atreve con el “encuentra las diferencias”?).

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Homer Simpson vuelve a ser tendencia (si es que alguna vez lo hubiera dejado de ser) y se ha convertido en -lo que llaman- el perfecto icono normcore, o lo que es lo mismo: hombre sin altas aspiraciones, de estética descuidada, funcional, aunque no sin extravangancias, con predominancia de instintos básicos frente a un razonamiento simplista y poco trabajado. ¡Qué desilusión, con lo que a mí me gusta un hipster! (o moderno o yupster, que es su versión mejorada y mi preferida). Y no es que me gusten eróticamente hablando o románticamente hablando, sino que me gustan porque es una moda que parecía (parece) aceptar la itelectualidad, el saber -aunque sea del sonido especial y único del vinilo o las paletas de colores de Wes Anderson– su preocupación por el medioambiente, trasladarse en bicicleta y su entretenimiento en todo lo indie, como algo bueno y digno de ser mostrado. Algo tan envidiable como quien pudiera mostrar unos Loubotin, unos zapatos carísimos que con sus suelas rojas levantan (o levantaban) envidias en toda dama que no pudiera llevarlos hace muy pocos años. O algo tan envidiable como la necesidad de reflexionar sobre la política de mi amiga Mena. No tengo claro de si un hipster o un yupster se preocupa tanto en saber de política nacional como las donaciones que dicen haber hecho por la causa de Haití, pero sí tengo claro de que su compromiso social es diferente al de Homer. Tenía la esperanza de que Lisa Simpson se convirtiera en los más cool de cada colegio y que Bart se convirtiera en el que recayeran las burlas colegiales, pero parece que no, que en España, los Bart y los Homer siguen siendo quienes capitanean en los colegios y en las urnas.

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El ser de un equipo u otro puedo entender perfectamente que sea emocional, puedo entender que alguien que no sea creyente o agnóstico piense que ser católico o budista sea también algo emocional, hasta llego a entender que los nacionalistas lo sean por un motivo emocional y entiendo lo emocional de los holandeses por su Corona ¿pero que la política, en general, sea emocional? ¿Qué le pasa a España y a los españoles? Supongo que los políticos españoles tampoco ayudan, pero al fin y al cabo son los que hemos elegido; eso sí, con la clara evidencia de que han sido elegidos por unos pocos y no por todos; que ha sido porque “yo voto a quien vota mi padre” y porque hoy es domingo de resaca. A pesar de que luego seamos todos los que nos quejamos.

 

 

Del uso de la lengua depende la procreación

Me acordaré siempre de la mejor no-cita que me han contado jamás. Una de mis amigas más queridas me contaba hace muchos (“muchos”, ay) años que por fin había quedado con ese que tanto le gustaba; él era –creo recordar- un amigo de su hermano mayor y ella suspiraba por él desde que lo conoció en cada cambio de clase, en cada recreo y en cada conversación telefónica después del colegio (no teníamos suficiente con haber pasado toda la mañana juntas, claro). El caso es que llegó el esperado día, él la recogería en coche a unos metros de la puerta de su casa. Ella preciosa, oliendo a CK One y con su bolso nuevo se sube al coche de su enamorado, se dan dos besos y avanzan. Él le comenta que tiene que ir a cambiar una camiseta a una tienda que estaba a unos diez minutos así que se dirigieron hacia allí. Pero no fueron necesarios más de cinco minutos juntos para que ella se diera cuenta de algo: ¡llevaba calcetines blancos! Y con ellos el final de la historia de amor. Hoy en día puede que los calcetines blancos se acepten para según qué vestimenta, y aun así es de lo más arriesgado, pero por entonces ya no los llevaba ni Michael Jackson, era el horror de los horrores. Así que ella, decidida como es, le ordenó que detuviera el coche enseguida, ella se bajaba de allí sin pensarlo: ¡Vade retro, calcetines blancos! Y eso hizo, dejar plantado a su suspirado amor en mitad de una calle transitada y con la puerta del coche abierta. Como veis, diez minutos en coche y sobre todo para mi amiga dan para mucho, tanto como para desenamorarse.

Visto así, y aunque no de forma tan radical como mi amiga, en esa época la procreación de la humanidad dependía de los calcetines blancos: ninguna volvía a quedar con quien hubiera aparecido con ellos en una primera cita, y aunque sea banalizar, ironizar o caricaturizar demasiado la realidad, como decía, el futuro de la especie dependía de ello. Ahora que no tenemos esos dulces, tiernos y exigentes años de nuestra segunda década vital ni nuestras conquistas usan esos níveos calcetines –gracias- ¿cuál es el motivo “absurdo” del que dependería la procreación? Pues como diría Hadley Freeman, columnista de The Guardian, dependería de la gramática.

 tumblr_n2oieqcjgG1rhry8jo4_500La artista ucraniana Nastya Nudnik reinterpreta la historia de la pintura a partir del papel que juega Internet en nuestras vidas.
¡No os lo perdáis!

Hace unos días, Freeman contaba en su columna que había sido invitada como jurado a los premios de la Mala Gramática, premios que se otorgan a un mal uso del lenguaje empleado en cualquier medio de difusión público y que trata de corregir estos errores mediante la puesta en evidencia del que yerra. La crítica en esta ocasión fue grave y general, donde la mayoría de las mismas se centraban en dos aspectos: el primero era que todo el mundo se equivoca y que lo esencial es entender lo que se quiere decir, la comprensión final del texto o el mensaje y no tanto la expresión gramatical de los mismos; el segundo, mucho más ácido, hacía alusión a que todos los miembros del jurado, académicos de las letras y estudiosos de las mismas en su mayoría, lo único que hacían era una misantropía elitista, inventando normas lingüísticas para lograr ridiculizar al que se equivoca y que parecían la policía de las letras y el lenguaje, pues no dejaban pasar ni una. Pero es que, como también dice ella, los que no pasamos ni una somos la mayoría de nosotros, tanto igual como cuando no pasábamos el error-horror de los calcetines blancos.

El artículo del que os hablo lleva como título Humanity’s future depends upon good grammar (El futuro de la humanidad depende de la buena gramática) haciendo alusión a una anécdota que narra la propia autora sobre el “despiadado mundo de las citas por Internet”. Dicha anécdota pasa por contar que conoce a gente que ha decidido anular una cita al descubrir una falta de ortografía o mala expresión gramatical en una biografía o en un intercambio de mensajes cotidiano con un pretendido conquistador y que eso, el simple hecho del descarte por imperfecciones o taras en el producto, es signo del carácter humano de supervivencia darwinista: si antes el calcetinesblancos no era digno de perpetuación, hoy el que peligra es el que no emplea bien el lenguaje, lenguaje escrito en esta era ciberespacial, era más escrita que nunca, pero a fin de cuentas, del uso del lenguaje en todos sus modos. Pues a alguien que no sepa expresarse oralmente de forma adecuada también se le fulmina en cuestión de segundos aunque a primera vista ya lo hubieras imaginado como el futuro padre de tus hijos.

Prueba de mi animadversión al mal uso del español es la que dejo en mi muro de Facebook en ocasiones y que destapa ante mis amigos mi conocida fobia -y la de otros muchos- hacia el espantoso uso de nuestra lengua. Para ejemplos, estos dos:

1) Amemos el castellano un poquito más (I):
Alguien me está contando lo que ha hecho, por ejemplo, esta Semana Santa y concluye con «y más nada». «Y más nada», ¡¿»Y más nada»?! Ay, que no se si van a seguir con algún pasaje bíblico, me van a cantar un bolero o es que acaban de salir de una telenovela venezolana.
Señores, lo correcto es «y nada más», por muy romántico que os suene, o hacéis poesía y romanceros o queda prohibido por mala gramática en España hasta en el uso coloquial de la expresión.

2) Amemos el castellano un poquito más (II):
Cada vez que me dicen «el sr. Martínez/ la sra. Roselló (o la persona en cuestión por la que pregunto) no está, está reunido/a», no quepo en mi de gozo al saber que el susodicho/a tiene sus brazos, piernas, orejas, cabeza, órganos vitales, y demás «trozos» de su ser en uno solo. ¡Qué alivio!
¡Señores, por favor! Reunidos están los juegos y no las personas, estas están reunidas con alguien más. Nunca uno se reúne consigo mismo o en sí mismo, así todo apelotonado.

pintura009¿¡Comunicación!?,  Gamero Gil

Ya sé, citarse a uno mismo tampoco es correcto, pero no todos los lectores de este blog tienen acceso a mi muro, así que lo he hecho por pura necesidad. Disculpen. Pero para seguir citando lo haré ahora con mi antiguo profesor de Filosofía del Derecho, José Calvo. Él también ha sido invitado recientemente como jurado, en esta ocasión se le citaba para deliberar en un torneo de debate en el que participaban alumnos de Universidades de Málaga, Granada y Córdoba. Él mismo me contó hace unos días en qué consistía el encuentro o, al menos, en qué debía consistir, dado que aun no se había producido. La iniciativa prometía ser mucho mejor de lo que finalmente fue, y se encontró ante unos equipos de debate donde la Retorica brillaba por su ausencia, donde el discurso empleado, redundante y pomposo, dejaba en segundo plano el fondo de las cuestiones a debatir, en sus propias palabras: “la elocuencia ‘mató’ la retórica”. José Calvo titula su artículo ¡Qué pico de oro! ¿Eso es debatir?, y sinceramente, aunque lo que allí encontró fue probablemente decepcionante, me ha sido ilustrador a la par que entretenido leerlo; si ya el título es divertido, el tono en el que lo narra lo es más. En sus clases siempre intentó transmitirnos la importancia de saber emplear el discurso y la argumentación, no sólo para el estudiante de Derecho y futuros juristas, sino la importancia que tiene saber expresar lo que se cuenta con orden práctico y al servicio de hacernos entender en todos los ámbitos de las relaciones humanas, pues la palabra y el lenguaje, además de hacernos seres comunicadores de información, son los que hacen posible estructurar nuestros pensamientos. Así pues, si no los usamos adecuadamente pensaremos peor que el que sí emplea bien esta herramienta de supervivencia.

Si creemos y deseamos un futuro para nuestra especie cuidemos nuestra lengua, que no sólo de los besos pervive el hombre.

Cuando el parado crea moda y todos la seguimos.

La última moda en pasarela y calle se rinde a la comodidad: las mujeres nos hemos bajado de los tacones de aguja y pasamos a un calzado de menos alturas y ergonómicos, el desenfado en nuestras chaquetas y camisas sin almidón y camisetas de algodón es todo un must y los pantalones incluyen tejidos elásticos para que el estilo no entorpezca nuestra energía vital. Por su lado, los hombres destierran Castellanos o botas rígidas sustituyéndolos por zapatos sport «de vestir» o suelas de goma blanca, la corbata es impensable sin un motivo o fuerza mayor, mucho mejor un gran pañuelo con un color o estampado elegantes, que además puede abrigar y la barba les da tregua a las salidas contrarreloj de las mañanas. Y es que las modas se adaptan al tiempo al que pertenecen y este tiempo sigue siendo de crisis y de alta tasa de paro.
 
Mientras que el que trabaja en la oficina, en el banco, en despachos, en universidades o redacciones está «encerrado» durante su jornada laboral, el que más tiempo pasa deambulando por nuestras calles o «trabaja» mirando al mar (como alguien irónicamente me confesó hace unos días y sobre lo que tengo una opinión del tipo «no me extraña que en esas te veas») tiene la licencia de ir vestido de domingo todos los días de la semana. Es ahí cuando el coolhanter de turno se lanza a su presa y empieza a recibir las señales que marcarán las nuevas tendencias, de lo que podríamos decir que el parado crea moda. Entiéndase esto no como diatriba tenáz, sino como el reflejo de la realidad en nuestro consumo y su constante influencia recíproca. Vicente Verdú, en «Tú y yo, objetos de lujo» (Debolsillo, Barcelona, 2005) dice:
« (…) en cuanto los obreros han pasado de trabajadores explotados a consumidores ilusionados (…) obreros convertidos en clase media, en ejemplares de cultura «mediocre», crecieron tanto en capacidad adquisitiva que inclinaron la oferta hacia sus gustos (…).»
Refiriéndose aquí el citado autor al cambio cultural que produjo el que la clase media se hiciera la predominante en nuestras sociedades y el lugar que lo culto/ilustrado ha tomado desde entonces, me sirve igualmente para pensar sobre la situación actual, pues aun no siendo la mayoría la que está en paro sí es la mayoría la que ve sus ingresos reducirse, sentir frustración y pocas alternativas de acción. Con todo ello la necesidad de saberse parte del grupo crece, de ser masa más que nunca aumeta; aun a costa de un consumo lowcost. Porque el consumo, no solo sigue estando de moda, sino que es nuestra forma de vida -nos guste o no- a la par que la necesidad de sentirse igual al prójimo y sentirse parte del todo es una regla fundamental de nuestro tiempo. Pero para reglas fundamentales tenemos la regla número 2 de Arthur Schopenhauer, regla que, en «En el arte de ser feliz», forma parte de otras cuarenta y nueve  reglas más que el pesimista filósofo nos regala como claves para la felicidad (un pesismista dando claves para la felicidad; ¡otra ironía más!). Aquí Schopenhauer nos aconseja no crear envidias, dice que no hay nada más implacable y cruel que la misma, y sin embargo nos empeñamos en causarla constantemente. No tengo claro si el coolhunter o marketiniano o el abogado de las empresas de moda textil habrán tenido en cuenta la Regla Número 2 pero lo que sí tienen en cuenta es que un momento que exige austeridad no puede implosionar en primavera con ataviajes pomposos y dignos de alfombra roja; que los de las alfombras rojas son otros y no nosotros. Pero eso sí,¡ve a por tus nuevas sneakers de bajo coste que te quedas sin ellas!, si no vas como el resto no eres parte del grupo. Yo sólo te aviso: te vas a quedar fuera. Y eso no le gusta a nadie.
 
Andreas Smetana, fotógrafo austriaco, recreó el rostro de la atleta australiana Cathy Freeman para un programa de SBS-TV llamado Who do you think you are.
 
Ikea ha promovido también un standard de viviendas funcionales y, de nuevo, bajo coste que hace que cuando vas a casa de un amigo te sientas como en casa más que nunca: el que no tiene tu vajilla tiene tu dormitorio, sino los dos. A lo que le sigue el comentario de rigor sobre lo contados que vienen los tornillos y la dificultad de saber si la puerta iba en el lado derecho o izquierdo del mueble, para finalmente darte cuenta de que las dos que tenías eran iguales. Risas de complicidad sostienen tu posición de igual. Y es que, como ya dije en un post anterior, ser parte de una tribu está de moda, pero tribus aparte, sentirte parte de la colectividad es primordial para el ser humano. Tal y como comenta hoy José María de Loma, redactor jefe de La Opinión de Málaga, en su blog, el tiempo meteorológico y hablar de él nos permite a todos tener tema de conversación sea quien sea el interlocutor, todos sabemos de borrascas y anticiclones y eso, en cierto modo, nos une. Y por supuesto, marca modas, como también nos recuerda Jose María de Loma cuando refiriéndose a los conductores de estos espacios dice que «desde el entrañable Mariano Medina han evolucionado a majetes pimpollos muy a la moda»
 

Si comunidad de iguales, consumo, moda y comunicación son imprescindibles para ajustarnos a nuestro tiempo ¿cómo se logra disentir y cómo se alcanza el siguiente estadío de progreso en positivo sin una pretensión real de mejorar, sin una pausa reflexiva a la hora de consumir, sin miedo a no pertenecer al grupo y confundiendo comunicación con información? Y es que, como ya dije alguna vez, parece ser que las personas prefieren habitaciones con muebles de Ikea, que habitaciones con instrucciones de muebles de Ikea. La masa es amplia en volumen, pero estrecha en pensamiento y muy corta de miras. Quizá, entre los que son masa y los que no, sólo quede hablar del tiempo o de la moda y que como en toda historia existan dos bandos: «la cultura de los nuevos y muchos cultos» versus «la cultura culta de lo oculto», la primera a modo de relicario y nuevos dioses y la segunda a modo de proscritos ávidos de trascender. Sin embargo, misterios todos.

Reductio ad absurdum

Es posible que echar de menos, sea a una persona, una situación o una cosa, sea una de las experiencias que todo ser humano ha experimentado alguna vez en su vida. Extrañar algo que nos “perteneció” y hoy en día ya no lo hace nos sumerge a todos en un estado melancólico, incluso en muchas ocasiones habrá quien diga que el pasado con eso que ya no tenemos fue mejor que el presente. Baste decir que sólo echamos de menos eso que quisiéramos seguir manteniendo en nuestras vidas, y que lo indeseable jamás pertenecerá a este tipo de sensaciones. Pero, ¿se puede echar de menos lo que nunca se ha tenido?
La imaginación juega un papel muy importante en esto, y es que tanto los recuerdos como nuestros deseos son sólo percepciones de la realidad, y cabe la posibilidad de que al ser justamente eso, percepciones, sean radicalmente erróneas. Este tipo de circunstancias se pueden dar por ejemplo desde echar de menos a la persona que te empezaba a despertar mariposas en el estómago pero ya no ves con asiduidad, por lo tanto echas de menos algo que más que una ilusión pudiera haber sido una alucinación. O bien, en la fuerte crítica hacia el uso de Internet para todo, como ocurrió hace unos días con la aparición de una app que está pensada para recordar a todo olvidadizo con pareja aniversarios, fechas señaladas, cumpleaños, y hasta el día del santo de su suegra. Aquí la crítica lo que echa de menos es el “esfuerzo” amoroso que los enamorados hacen para cumplir con motivo de estas fechas o acontecimientos y la cataloga directamente de ser algo “verdaderamente malo”, pues si necesita este tipo de app es porque no está lo suficientemente enamorado como para recordarlo y por lo tanto no es buena persona. Una crítica muy racional, ¿verdad?
Este tipo de crítica plenamente emocional, no puede ser válida para intentar demostrar que algo nuevo y que tiene un propósito de facilitar la convivencia de muchas personas, es malo o dañoso, pues está claro que no lo es y además,  en este caso concreto hay que señalar que siempre hemos recurrido a apuntes en calendarios para no tener que sufrir ningún tipo de reprimenda conyugal. La necesidad de una argumentación racional para tal propósito es lo fundamental en estos casos. Pero esto es Internet y es lo que aquí ocurre.
Internet ha provocado que la gente eche de menos muchas cosas y que una especie de culpa penda sobre nuestras cabezas por llevar a la sociedad a la completa “desocialización”. Por todas partes podemos ver viñetas, comerciales, folletos, que nos invitan a dejar de estar constantemente “conectados” y a que intentemos mantener nuestras relaciones como veníamos haciendo antes de las nuevas tecnologías de “hiperlink”. El rasero de la crítica social tiene, en mi opinión, una importante tara, pues juzgan más por los fracasos que por los logros y deseos de mejorar, y juzgan más por las herramientas y no lo que se puede lograr con ellas. Y  juzgar es algo que debe hacerse con sumo cuidado, y ante todo con empatía, no puede ser que todo el mundo sea un monstruo para otra persona.
No sé hasta qué punto estaremos en peligro o no, pero sí tengo claro que es por este tipo de cosas que veo necesario hacerse con tres herramientas esenciales para la vida: sentido del humor, perspectiva y una piel muy gruesa.