No sé si sabréis que la palabra del año 2013 fue la palabra selfie, palabra que designa en inglés lo que todos conocemos como autofoto. Sin embargo, el término parece estar perdiendo fuerza ante la nueva tendencia: shelfies; otra palabra que designa algo para mostrar en una foto, en esta ocasión lo que se muestra es la colección de libros que guardas en tus estanterías (shelfs – estanterías). Pues bien, dispuesta a probar cuantos likes obtiene el nuevo hashtag me he puesto a la tarea y, móvil en mano, he sacado la foto del momento y de mis últimas adquisiciones –son las que tengo más a mano- ¿y sabéis qué? que me ha dado mucho más pudor subir esa foto a Instagram que cualquier selfie más o menos descarado, así que he abandonado la misión.
Desde entonces no dejo de preguntarme hasta qué punto somos lo que mostramos y hasta qué punto la necesidad –tan creciente actualmente- de reconocimiento social deja al descubierto nuestra intimidad.
Una sociedad
insaciable, donde todo es perecedero y sustituible, no puede exigirse poco a sí misma, por lo tanto, el reconocimiento social es requisito
sine qua non para poder ser un “producto” en alza y digno de ser adquirido; la competencia de egos se hace visible, de nuevo, en cualquier red social. Parece que nos hayamos convertido en una sociedad aniñada, donde, como cuando éramos niños, necesitábamos la aprobación constante para ver cuál era el siguiente paso a dar. Aunque si lo pensamos bien es algo que, de ser real todo lo que mostramos, sería algo fantástico y digno, desde luego, de mostrar: una sociedad que lee (frases célebres por todas partes y reflexiones trascendentales) una sociedad al día en actualidad política, social y económica (noticias de diarios con sus consabidos comentarios “críticos y bien” razonados) una sociedad que hace demostraciones públicas de amor (de la pareja de hace 10 años o de la de hace un mes), denuncias de todo tipo donde mostrar nuestro lado más humano (da igual que sean gatos metidos en vasos de cristal de por vida o que se trate de salvar el Amazonas). El problema es que no es real. Pues además de que detrás de estas demostraciones se encierra una necesidad imperante de reconocimiento y de un gran número de
likes, cuantos más mejor, lo que también oculta es un gran desconocimiento y una sociedad de la “no reflexión”.
Hace unos días me contaban que
Kindle tiene una herramienta de subrayado que puede ser compartida con los usuarios del libro en cuestión y que facilita el poder identificar la parte más importante de la obra por tener más coincidencias de subrayado. Es decir, que con una simple ojeada a estas partes podré saber perfectamente qué cuenta el libro o qué quiere decir su autor en sus páginas. Las nuevas tecnologías, al parecer, nos ayudan a esforzarnos menos en ser y a facilitarnos el parecer. ¿Sabéis qué hacen también las nuevas tecnologías? Crear éxitos musicales, sí, como lo leéis. Por ejemplo, el conocidísimo Waka-Waka de Shakira sigue un patrón de éxito asegurado para nuestras sociedades occidentales: una introducción, estrofa, estribillo, estrofa, estribillo, interludio con
crescendo y estribillo. Además de una letra con lenguaje coloquial y pegadiza. Ese patrón lo sacó un ordenador basándose en los mayores éxitos de las últimas décadas y todos siguen este mismo, variando en contadas ocasiones el tempo. El porqué de esto es porque son canciones fáciles y lo fácil no hace pensar a nadie ni profundizar en nada más, sin embargo, si compartes el último éxito de la lista Billboard, probablemente muy Waka-Waka, en tu TimeLine o Muro estás demostrando que estás al día en música sin saber que eres un ciudadano más al que un ordenador pudo predecir el gusto por la canción del verano. Hasta aquí lo que uno muestra, y lo que los demás perciben (unos con más conocimiento que otros). Pero seguramente que esa misma persona no va a compartir con la misma facilidad su canción favorita ni jamás dirá que hace “lecturas en diagonal” o con la nueva herramienta Kindle (que no es nueva, lleva en el mercado al menos dos años, pero para mí sí lo es pues no soy usuaria de e-books).
Por supuesto, también estará quien nunca enseñe sus estanterías ni comparta sus listas de reproducción, pues más allá de demostrar –sólo- deficiencias sería como abrir nuestras almas o nuestros diarios. Nuestras mayores pasiones, nuestros mayores miedos y por lo tanto, nuestro “yo íntimo” nunca serán expuestos, pues además de ser impopulares podrían dejar al descubierto cualquier debilidad. Pues en realidad, ni lo que mostramos es todo lo que somos, ni lo que ocultamos es lo verdadero, sino que somos ambas cosas simultáneamente.
Ser y parecer son en realidad la misma cosa, pues hasta lo que nos procuramos en mostrar y lo que queremos proyectar en los demás, forma parte de nuestra realidad, de nuestro yo, sea verdadero o no, pues la versión que me quieras dar de ti será la que yo tenga, y así, para mí, no habrá más “tús” que el que me dejes conocer. En un futuro no muy lejano, esta tendencia, intuyo, no se reducirá sino que irá en aumento, pues además, lo que se busca con más fuerza cada vez es el poder influir en los demás, el reconocimiento de un hecho, un acto o una palabra, lleva una directa reacción en cadena de réplica e imitación, que si no es cuidada y medida provocará un desarrollo cultural en masa, en bloque, peligrosamente irreflexivo: para la mayoría es más fácil entrar a una habitación con muebles de Ikea que a una habitación llena de instrucciones de muebles de Ikea. Algunos, aún, preferimos la segunda, incluso aprender el oficio de carpintero.
Al margen: siempre hablo de nuestro medio más cotidiano que es Internet, pero este afán de Showroom de vidas y necesidad de reconocimiento no es sólo en este ámbito: laboral por ejemplo cuando en oficinas se celebran acuerdos a bombo y platillo (literalmente) y se saca al héroe de la mañana a que diga unas palabras de ánimo a sus compañeros y agradecimiento a sus jefes, escolares donde desde muy pequeños la competencia y la rivalidad es cada vez más prematura. Pero en estos casos el reconocimiento es necesario para seguir creciendo y tener éxitos, por lo tanto es necesario mostrar el hecho. La vida privada no tendría que ser motivo de éxitos ni fracasos populares.