Secretos en imágenes

En aquella ocasión el bao, el jugueteo de mis dedos contra el cristal y el azar hicieron de perfecto agorero. Después de su acierto, cuando volví a ver esta fotografía sólo pude sonreir: ¡hasta el corazón dibujado se me había partido! Y yo por entonces, con insólita ceguera, no pude dejar pasar la ocasión de fotografiar aquel corazón roto que ya anunciaba un final en ciernes. Pude sonreir porque nada de ese corazón roto quedaba, quizá un corazón remendado pero entero, sin mitades a las que pertenecer.

001.2011

Puede que durante un tiempo el sol sólo me marchitara. Un sol que cada mañana entra por la ventana e incide en el mismo lugar, en el mismo sitio, en ese punto que hace visible lo que está muriendo. Más que eso, secaba lo que ya estaba muerto.

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Se habla mucho de lo que llaman la imposibilidad de la Historia, pues un mismo hecho será contado de diferente manera según quién lo vivió, sin embargo, la perspectiva que da el tiempo, además de aplacar sentimientos, favorece el esclarecimiento de lo acontecido. No es necesario que os hable de mi vida privada para contaros que hubo un tiempo en el que estuve enamorada, fui feliz por años y que aún así aquello acabó. El motivo no es importante, porque ciertamente no lo hubo, simplemente, como a muchos de vosotros y como os decía: se acabó mucho antes de su fin.

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Hay anclas que debes desenterrar tú mismo, con tus manos, con tus pulmones, con tu rabia. Buceando con paciencia, siempre en diagonal para que no haya sobresaltos ni te revienten los oídos. Hay anclas que tú mismo te empeñas en dejar ancladas y cuando decides levantarlas corres riesgos inesperados.

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Pero consigues respirar, subir a flote, aunque debajo del bote que te llevará a tierra firme.

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Pero de todo esto hace mucho tiempo, hoy en día puedo volver a pintar mis ojos con khol sin miedo, el sol que muere a diario sólo me recuerda que estoy viva. El mar y nadar siguen siendo mis aliados y las anclas son ya inexisitentes.

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Hace poco, cinco minutos después de hacer esta foto me cruce con alguien inesperadamente. Hacía mucho años que el corazón no me daba un brinco. El simple hecho de que brincara ya no sólo significa lo que ya sabía, que estaba curada, sino que mi corazón remendado no sólo bombea mi sangre y es hacedor de mis signos vitales, sino que vuelve a funcionar. Significa que vivo porque ya no sobrevivo, que no sólo camino o respiro. Que vivir no es negar que se existe, que vivir tampoco es ese brinco por un «tú» que es casi imaginario. Vivir es poder volver decirle a la vida: te quiero.

006.2014

 Se acerca el verano y con él y su calor se acercan las terrazas, las noches de celebración y las mañanas de resaca, la playa, viajar con amigas y estar con la familia. También los días de leer al aire libre, de los cines de verano y de los cursos en el extranjero. Se acerca el momento en el que me agobio por no estar agobiada, donde busco ocupación de debajo de la almohada y donde el sueño decide abandonarme por más horas al día. Bueno, septiembre ya está ahí.

003.2014

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2014

Cupido culpable por mala praxis

Tengo una cicatriz en la mejilla derecha de unos 3 centímetros de largo, es, como me gusta llamarla,  “una herida de guerra”. Yo no llevo tatuajes, pero tengo mi cicatriz, y como todo tatuado –al menos eso dicen- me he acostumbrado a ella y casi no la veo. De vez en cuando alguien me pregunta por ella, no me importa que lo hagan, pero sin remedio me trae a la memoria que antes de cicatriz fue herida, y dolió. Una herida cicatrizada, como la mía, no puede reabrirse jamás por sí sola, pero sí que en ocasiones parece que está más fresca que habitualmente y no me gusta ni tocarla.
Para mí, tener esta cicatriz significa varias cosas:
1.Que luché; da igual si con un enano o un gigante.
2.Que dolió; no importa si mucho o poco.
3.Que vencí; por coraje o por suerte.
4.Que sané; por lágrimas o alcohol.
Te suena, ¿verdad?
Todos hemos sido heridos alguna vez por alguien a quien amábamos pero estas cicatrices no son tan visibles como mi “herida de guerra”. Las heridas del corazón son también de la misma especie, pues siempre se hicieron en alguna batalla amorosa. Sin embargo, a diferencia de la mía, estas son callosas e invaden algún terreno que no fue herido por protección. Ese callo tiene dos funciones: la primera, dejar en el punto de no retorno a la persona que te hirió, sin billete de vuelta, sin opción a devolución o como queráis llamarlo y la segunda, andar con cuidado y controlar la futura posible mala praxis de Cupido.
Futura posible praxis de Cupido.  Esto de que Cupido tenga casi una licencia 007 por consentimiento expreso del interesado es algo de lo más peliagudo. Ya sabéis, juega con la ventaja de tener carta blanca con nuestros sentimientos. Y la verdad, creo que eso de la carta blanca le viene grande. Normalmente elegimos nuestra ropa, la música que escuchamos, lo que leemos, elegimos nuestros amigos, pero es imposible elegir de quién te enamoras. Enamorarse, por definición, es imposible hacerlo de forma racional. Nunca elegimos de quien enamorarnos. Es un hecho, lo prefieras o no. Pero claro, ahí está el quid de la cuestión: ¿lo está la otra persona de ti? Este alocado Cupido nos deja indefensos ante la pregunta, y así nos las apañamos.
Es curioso la manera en que alguien que lo fue todo para ti pasa a ser nada en un tiempo (in)determinado, pero más curioso es que si por algún casual, reaparece, sea imposible volver a sentir lo que sentías anteriormente; ya no era el momento. De hecho, muchas relaciones terminan por un “no era nuestro momento”.  Digo más, hay algunas que ni siquiera comienzan por “no es el momento”. Y es que el momento es importante. Hoy en día, muchas parejas terminan e incluso ni empiezan por faltar el tempo. Y diréis vosotros  -y también digo yo- ¿qué es eso del tempo? Pues es esa cosa que dicen que debe estar pasando para que todo sea perfecto, y hoy en día es casi como esperar a que los planetas se alineen o que en España exista acuerdo unánime en el Congreso de los Diputados: misión imposible, y por lo tanto, una excusa  más. En las parejas que ya terminaron la excusa sirvió para encubrir que ya no se amaban y en las que no comienzan encubren un “no me gusta lo suficiente”. Aunque pensándolo bien, sean excusas o no y aunque habrá alguien más dañado y herido que el otro, no dejan de ser motivos personales, motivos que incumben exclusivamente al “yo”. Pero, y si, suponiendo que sea recíproco,  el motivo fuera externo, ¿se espera en este caso a que se den las circunstancias para el amor? Romeo y Julieta tenían un problema externo y ni ellos ni nosotros sabremos qué habría ocurrido si los Capuleto y los Montesco hubieran llegado a una reconciliación. Desde luego, pensar que deben darse las mejores condiciones para el romance es una forma de ponerle límites a los actos del rubicundo angelillo y prevenir cualquier estupidez “romejulieteana” adolescente, pero que un sentimiento creciente de un adulto se convierta en un amor platónico de quinceañeros es tanto o más descabellado que consentir lo primero. Pero también en este caso, así pasa.

Mujeres: más hombres que los hombres

De acuerdo, ser treintañera y emocionalmente inestable está de moda y en resumen eres una mujer que cuando te lo propones –y no surgen graves imprevistos- consigues lo que quieres. Pero ¿qué es lo que más se nos resiste? Que el hombre nos seduzca. Es así. Tú te expones, haces ojitos, sonríes, te muerdes el labio, comentas que quieres ver tal película, pero no hay manera: ahí está él, delante de ti, sin darte pistas, sin enterarse de nada.
Tengo una amiga que tiene una extraña teoría sobre la cantidad de testosterona en los hombres de nuestro tiempo y su paulatina disminución en relación con la liberación de la mujer y un aumento de la hormona en nosotras. No sé si la capacidad de observación de mi amiga, las hormonas y sus estudios podrán servir de base científica para dar razones de evolución biológica a esta extraño cambio de actitud en el momento de la seducción, pero lo que sí tengo claro es que las cosas han cambiado;  y mucho.
Hay mujeres a las que la clásica caballerosidad les molesta. Que le abran una puerta y le den paso, que paguen la cuenta en la primera cita o que le sujeten el paraguas en un paseo se convierte en un ataque directo a su persona e indirecto a todas las mujeres del mundo. ¿Por qué? Posiblemente las ideologías feministas que desde los 70 tanto han hecho por la mujer tengan mucho que ver en el asunto. No es mi intención aquí desmerecer lo bueno que se ha conseguido gracias a ellas, pero aun así siempre debe existir límite y este es uno de los casos en los que no se ha respetado, pues es esta ideología la que ha demonizado la caballerosidad y la que, posiblemente, nos haya dejado sin ella a muchas de las que deseamos que siga existiendo. Y es que, como dice el título de una de mis películas preferidas Une femme est une femme («Una mujer es una mujer»Jean-Luc Godard, 1961) digan lo digan… ¿o no?
Biológicamente, como dice la ciencia (y mi amiga) la testosterona es la hormona que más nos diferencia a hombres y mujeres: tenemos menos vello, el apetito sexual es inferior, la agresividad también es inferior, lloramos más y somos más sensibles. Pero igualmente, la biología no ha dejado de demostrar que hayamos sido, seamos y vayamos a ser diferentes en la misma medida, sino que nuestras diferencias se han ido acercando cada vez más, adaptando nuestro adn a las novedades culturales y sociales.  Explica el doctor Hugo Liaño, jefe del servicio de Neurología de la Clínica Puerta de Hierro de Madrid y autor de Cerebro de hombre, cerebro de mujer (Ediciones B) que “el comportamiento humano exhibe una plasticidad que ha permitido al hombre adaptarse a extremos culturales y del entorno y los ha convertido en la especie más exitosa de la historia”, y además que «el influjo de la testosterona cuando el feto está formándose en el útero materno hace mucho más que establecer las características sexuales externas. En concreto, la testosterona potencia un cerebro masculino y la ausencia de testosterona lo feminiza». Creo por lo tanto, que es posible que nuestros cerebros cada vez se vayan pareciendo más. Y no seré yo quien diga lo contrario, pero ¡que no nos toquen el juego de la seducción, por favor!
Para mí hay un hecho fundamental en todo esto, y es que ahora la mujer quiere ser más hombre que el hombre en muchos terrenos, y, vuelvo a repetirlo, no me meteré en los progresos de la igualdad entre géneros y el logro que eso supone para la humanidad, no hablo de eso. Sea como sea, también decir que hablo de igualdad, no de extremos y por eso recalco: más hombres que los hombres: más sexo con diferentes personas, más descaro, más alcohol, en definitiva, más excesos y más abusos. Eso que dice mi abuela de “los hombres están aburridos porque lo tienen todo hecho” tiene mucho de cierto, y si es que, como dice ella también, «si no es con una es con otra”…y posiblemente eso les tenga sedado o adormecido el instinto de supervivencia y con ello cualquier esfuerzo seductor o incluso el radar de detección de interés si no te echas encima a la primera de cambio. Y eso no me gusta.
El otro día, escuchaba en la radio que con motivo del día de San Valentín una asociación de mujeres organizaba unos talleres que se llamaban “Odio el amor” donde enseñaban a las mujeres que asistieran a desmitificar el amor romántico. Explicaron que ayudarían a estas mujeres a no depender del amor para poder sentirse realizadas, pero también que las ayudarían a enamorarse racionalmente; decían que el amor romántico es un producto de la sociedad, que no siempre ha sido así. Sí, enamorarse racionalmente. Espera… e-n-a-m-o-r-a-r-s-e  r-a-c-i-o-n-a-l-m-e-n-t-e ¡¿Pero qué tontería es esta?! Desde luego no hay que depender de tener pareja para sentirse realizado, y que en la historia, lo que sí se ha hecho es elegir pareja racionalmente, acuerdos entre familias, estatus, liberalización de algunas mujeres de yugos sociales, e infinidad de ejemplos, pero enamorarse se ha hecho siempre, siempre, siempre, irracionalmente y con absoluta locura. Y es posible, que este tipo de talleres produzcan mujeres y hombres futuros, ya no sin seducción como nosotros, sino sin amor romántico, y eso es muy triste.