Necesito que me beses porque este deseo ya no aguanta más

Hoy hemos visto besos célebres por todas partes, el día internacional del beso es lo que tiene, que se rememoran los besos más celebres de la historia y que han sido y serán parte de nuestro imaginario: Klimt, Robert Doisneau, Victor Jorgensen, Casablanca, Desayuno con diamantes, Francesco Hayez, Rodin, Antonio Casanova y un largo etcétera. Cada uno de ellos cuenta una historia y a través de ellos se podría hablar de la historia de las muestras de afecto en Occidente. Porque las muestras de afecto son muchas, como pueden ser las de la amistad o las que tienes con familiares, al igual que la variedad en la muestra de afecto es innumerable si atendemos a las diferentes culturas y las diferentes épocas. Pero el beso que representan estas imágenes, el beso de nuestro “aquí y ahora” es el beso de los amantes, el beso romántico, erótico y sexual que se dan dos personas cuando unen sus labios, o dos epidermis como dijera el poeta francés Alfred de Musset.
 
Siempre me ha gustado observar a los desconocidos cuando no se saben observados, pero en el caso de las parejas es realmente revelador, pues puedes llegar a saber casi con toda certeza quién de los dos ama más, quién de los dos desea más, o incluso saber cuánto tiempo llevan juntos. Y lo sabemos porque la mayoría de nosotros ya lo hemos experimentado, y sabemos que los gestos, las caricias, los besos, cambian con nosotros durante la relación y cambian, también, según el  tipo de relación. Estas experiencias, si fueran borradas de nuestra mente al modo que lo hicieran los protagonistas de Olvídate de mí (Eternal Sunshine of the Spotless Mind) con el mayor tratamiento anti-amor jamás imaginado, sólo nos quedaría conocerlo a través de las icónicas imágenes de las que hablaba anteriormente, de su relato en la literatura y el cine o de las historias que nos contaran nuestros conocidos, pero la realidad no es esa, la realidad es que la mayoría ya hemos sido besados y ya hemos besado y a todos nos gusta. Sin embargo, es frecuente que ese hechizo del beso se desvanezca cuando el beso ya no es inesperado. ¿Por qué pierde el beso su erotismo primitivo cuando deja de ser original?
 
El primer beso, como ya dijo otro poeta, se da con la mirada, pero el segundo se da con las manos, pues la primera caricia es un beso en ciernes, pues conocer el tacto del otro aumenta el erotismo, como también lo aumenta saber a qué huele y su necesaria cercanía, besos que sin ser beso, poco a poco, aceleran el pulso, aceleran el corazón. ¡Ay, el corazón! Ese romántico órgano que todos tenemos y tanto desconocemos y que según Annie Marquier tiene cerebro. Efectivamente, Annie Marquier, pianista, investigadora de la Conciencia y fundadora del Intituto del Desarrollo de la Persona en Quebec, Canadá, dice que en el corazón tenemos otro cerebro. Fue entrevistada por Ima Sanchís en 2012 en La Vanguardia, entrevista –que leí hace tiempo y me dejó huella, además de dejarme la sensación de ser una terapia de autoayuda- donde defiende el papel gobernante del corazón sobre el cerebro. El debate de la supremacía de ambos órganos no es nuevo, pero el  racionalismo instalado en el mundo occidental de los últimos siglos –y por supuesto la ciencia- han “designado” al cerebro como el director absoluto de la orquesta. No obstante, en los últimos años, organizaciones especializadas en el estudio del corazón, principalmente el Heartmath Institute han dado pruebas convincentes del papel primordial de este órgano: no sólo es este último el centro que maneja sincronísticamente [a través del pulso] a las células sino que está dotado de neuronas que transmiten la información que el cerebro ejecutará. ¡Todo un giro! Una de las cosas que comenta Annie es que “el cerebro del corazón activa en el cerebro de la cabeza centros superiores de percepción completamente nuevos que interpretan la realidad sin apoyarse en experiencias pasadas. Este nuevo circuito no pasa por las viejas memorias, su conocimiento es inmediato, instantáneo, y por ello, tiene una percepción exacta de la realidad”. Como veis habla de dos cerebros y de cómo conocen ambos…¿Me suena raro sólo a mí? Sea como sea, no seré yo quien intente desmontar ninguna tesis ni ninguna investigación, ¡nada más lejos de mis intención! Aun así, cabe perfectamente la pregunta: ¿y si fuera verdad? 
 
 
Si fuera verdad quiere decir que el que desea, el que palpita con voracidad, es el corazón y que el que ama, el que transforma bajo la influencia de la experiencia esa nueva información enviada desde el corazón es el cerebro. Si esto fuera así tendría mucho sentido para nuestra época, pues no siempre se estuvo en pareja monógama, ni siempre las parejas como hoy las conocemos han nacido de la atracción, sino que sexo y amor los ha unido el hombre con el paso del tiempo: el sexo fue lo primero para la especie y el amor fue lo primero para el individuo. Y es que, al fin y al cabo, el sexo no es más que ese pulso acelerado del corazón sublimado en sentimiento, que una vez instalado en cada uno de nosotros se convierte en amor. Convertido en amor es cuando se centra en una sola persona. A aquí volvemos a lo de antes: ¿por qué entonces cuesta tanto mantener el erotismo? ¡Es realmente maravilloso poder hablar en el desayuno sobre filosofía y seguidamente un guiño atrevido y sin tabú dé pie a todo tipo de transgresión erótica y sexual! Pero los humanos nos empeñamos en desear lo que no se tiene, nos empeñamos en desear lo que nos falta, cuando lo tenemos se acaba el deseo. ¿Por qué no amar lo que se tiene? Sería poder superar a Schopenhauer con Spinoza: el primero habla del amor-eros, amor que nace del deseo de lo no tenido y el segundo habla del amor-philia, amor de amar lo que se tiene, una consecución de etapas que es el secreto de las parejas felices. Que de esas, también hay.

Cuando el parado crea moda y todos la seguimos.

La última moda en pasarela y calle se rinde a la comodidad: las mujeres nos hemos bajado de los tacones de aguja y pasamos a un calzado de menos alturas y ergonómicos, el desenfado en nuestras chaquetas y camisas sin almidón y camisetas de algodón es todo un must y los pantalones incluyen tejidos elásticos para que el estilo no entorpezca nuestra energía vital. Por su lado, los hombres destierran Castellanos o botas rígidas sustituyéndolos por zapatos sport «de vestir» o suelas de goma blanca, la corbata es impensable sin un motivo o fuerza mayor, mucho mejor un gran pañuelo con un color o estampado elegantes, que además puede abrigar y la barba les da tregua a las salidas contrarreloj de las mañanas. Y es que las modas se adaptan al tiempo al que pertenecen y este tiempo sigue siendo de crisis y de alta tasa de paro.
 
Mientras que el que trabaja en la oficina, en el banco, en despachos, en universidades o redacciones está «encerrado» durante su jornada laboral, el que más tiempo pasa deambulando por nuestras calles o «trabaja» mirando al mar (como alguien irónicamente me confesó hace unos días y sobre lo que tengo una opinión del tipo «no me extraña que en esas te veas») tiene la licencia de ir vestido de domingo todos los días de la semana. Es ahí cuando el coolhanter de turno se lanza a su presa y empieza a recibir las señales que marcarán las nuevas tendencias, de lo que podríamos decir que el parado crea moda. Entiéndase esto no como diatriba tenáz, sino como el reflejo de la realidad en nuestro consumo y su constante influencia recíproca. Vicente Verdú, en «Tú y yo, objetos de lujo» (Debolsillo, Barcelona, 2005) dice:
« (…) en cuanto los obreros han pasado de trabajadores explotados a consumidores ilusionados (…) obreros convertidos en clase media, en ejemplares de cultura «mediocre», crecieron tanto en capacidad adquisitiva que inclinaron la oferta hacia sus gustos (…).»
Refiriéndose aquí el citado autor al cambio cultural que produjo el que la clase media se hiciera la predominante en nuestras sociedades y el lugar que lo culto/ilustrado ha tomado desde entonces, me sirve igualmente para pensar sobre la situación actual, pues aun no siendo la mayoría la que está en paro sí es la mayoría la que ve sus ingresos reducirse, sentir frustración y pocas alternativas de acción. Con todo ello la necesidad de saberse parte del grupo crece, de ser masa más que nunca aumeta; aun a costa de un consumo lowcost. Porque el consumo, no solo sigue estando de moda, sino que es nuestra forma de vida -nos guste o no- a la par que la necesidad de sentirse igual al prójimo y sentirse parte del todo es una regla fundamental de nuestro tiempo. Pero para reglas fundamentales tenemos la regla número 2 de Arthur Schopenhauer, regla que, en «En el arte de ser feliz», forma parte de otras cuarenta y nueve  reglas más que el pesimista filósofo nos regala como claves para la felicidad (un pesismista dando claves para la felicidad; ¡otra ironía más!). Aquí Schopenhauer nos aconseja no crear envidias, dice que no hay nada más implacable y cruel que la misma, y sin embargo nos empeñamos en causarla constantemente. No tengo claro si el coolhunter o marketiniano o el abogado de las empresas de moda textil habrán tenido en cuenta la Regla Número 2 pero lo que sí tienen en cuenta es que un momento que exige austeridad no puede implosionar en primavera con ataviajes pomposos y dignos de alfombra roja; que los de las alfombras rojas son otros y no nosotros. Pero eso sí,¡ve a por tus nuevas sneakers de bajo coste que te quedas sin ellas!, si no vas como el resto no eres parte del grupo. Yo sólo te aviso: te vas a quedar fuera. Y eso no le gusta a nadie.
 
Andreas Smetana, fotógrafo austriaco, recreó el rostro de la atleta australiana Cathy Freeman para un programa de SBS-TV llamado Who do you think you are.
 
Ikea ha promovido también un standard de viviendas funcionales y, de nuevo, bajo coste que hace que cuando vas a casa de un amigo te sientas como en casa más que nunca: el que no tiene tu vajilla tiene tu dormitorio, sino los dos. A lo que le sigue el comentario de rigor sobre lo contados que vienen los tornillos y la dificultad de saber si la puerta iba en el lado derecho o izquierdo del mueble, para finalmente darte cuenta de que las dos que tenías eran iguales. Risas de complicidad sostienen tu posición de igual. Y es que, como ya dije en un post anterior, ser parte de una tribu está de moda, pero tribus aparte, sentirte parte de la colectividad es primordial para el ser humano. Tal y como comenta hoy José María de Loma, redactor jefe de La Opinión de Málaga, en su blog, el tiempo meteorológico y hablar de él nos permite a todos tener tema de conversación sea quien sea el interlocutor, todos sabemos de borrascas y anticiclones y eso, en cierto modo, nos une. Y por supuesto, marca modas, como también nos recuerda Jose María de Loma cuando refiriéndose a los conductores de estos espacios dice que «desde el entrañable Mariano Medina han evolucionado a majetes pimpollos muy a la moda»
 

Si comunidad de iguales, consumo, moda y comunicación son imprescindibles para ajustarnos a nuestro tiempo ¿cómo se logra disentir y cómo se alcanza el siguiente estadío de progreso en positivo sin una pretensión real de mejorar, sin una pausa reflexiva a la hora de consumir, sin miedo a no pertenecer al grupo y confundiendo comunicación con información? Y es que, como ya dije alguna vez, parece ser que las personas prefieren habitaciones con muebles de Ikea, que habitaciones con instrucciones de muebles de Ikea. La masa es amplia en volumen, pero estrecha en pensamiento y muy corta de miras. Quizá, entre los que son masa y los que no, sólo quede hablar del tiempo o de la moda y que como en toda historia existan dos bandos: «la cultura de los nuevos y muchos cultos» versus «la cultura culta de lo oculto», la primera a modo de relicario y nuevos dioses y la segunda a modo de proscritos ávidos de trascender. Sin embargo, misterios todos.

Cupido culpable por mala praxis

Tengo una cicatriz en la mejilla derecha de unos 3 centímetros de largo, es, como me gusta llamarla,  “una herida de guerra”. Yo no llevo tatuajes, pero tengo mi cicatriz, y como todo tatuado –al menos eso dicen- me he acostumbrado a ella y casi no la veo. De vez en cuando alguien me pregunta por ella, no me importa que lo hagan, pero sin remedio me trae a la memoria que antes de cicatriz fue herida, y dolió. Una herida cicatrizada, como la mía, no puede reabrirse jamás por sí sola, pero sí que en ocasiones parece que está más fresca que habitualmente y no me gusta ni tocarla.
Para mí, tener esta cicatriz significa varias cosas:
1.Que luché; da igual si con un enano o un gigante.
2.Que dolió; no importa si mucho o poco.
3.Que vencí; por coraje o por suerte.
4.Que sané; por lágrimas o alcohol.
Te suena, ¿verdad?
Todos hemos sido heridos alguna vez por alguien a quien amábamos pero estas cicatrices no son tan visibles como mi “herida de guerra”. Las heridas del corazón son también de la misma especie, pues siempre se hicieron en alguna batalla amorosa. Sin embargo, a diferencia de la mía, estas son callosas e invaden algún terreno que no fue herido por protección. Ese callo tiene dos funciones: la primera, dejar en el punto de no retorno a la persona que te hirió, sin billete de vuelta, sin opción a devolución o como queráis llamarlo y la segunda, andar con cuidado y controlar la futura posible mala praxis de Cupido.
Futura posible praxis de Cupido.  Esto de que Cupido tenga casi una licencia 007 por consentimiento expreso del interesado es algo de lo más peliagudo. Ya sabéis, juega con la ventaja de tener carta blanca con nuestros sentimientos. Y la verdad, creo que eso de la carta blanca le viene grande. Normalmente elegimos nuestra ropa, la música que escuchamos, lo que leemos, elegimos nuestros amigos, pero es imposible elegir de quién te enamoras. Enamorarse, por definición, es imposible hacerlo de forma racional. Nunca elegimos de quien enamorarnos. Es un hecho, lo prefieras o no. Pero claro, ahí está el quid de la cuestión: ¿lo está la otra persona de ti? Este alocado Cupido nos deja indefensos ante la pregunta, y así nos las apañamos.
Es curioso la manera en que alguien que lo fue todo para ti pasa a ser nada en un tiempo (in)determinado, pero más curioso es que si por algún casual, reaparece, sea imposible volver a sentir lo que sentías anteriormente; ya no era el momento. De hecho, muchas relaciones terminan por un “no era nuestro momento”.  Digo más, hay algunas que ni siquiera comienzan por “no es el momento”. Y es que el momento es importante. Hoy en día, muchas parejas terminan e incluso ni empiezan por faltar el tempo. Y diréis vosotros  -y también digo yo- ¿qué es eso del tempo? Pues es esa cosa que dicen que debe estar pasando para que todo sea perfecto, y hoy en día es casi como esperar a que los planetas se alineen o que en España exista acuerdo unánime en el Congreso de los Diputados: misión imposible, y por lo tanto, una excusa  más. En las parejas que ya terminaron la excusa sirvió para encubrir que ya no se amaban y en las que no comienzan encubren un “no me gusta lo suficiente”. Aunque pensándolo bien, sean excusas o no y aunque habrá alguien más dañado y herido que el otro, no dejan de ser motivos personales, motivos que incumben exclusivamente al “yo”. Pero, y si, suponiendo que sea recíproco,  el motivo fuera externo, ¿se espera en este caso a que se den las circunstancias para el amor? Romeo y Julieta tenían un problema externo y ni ellos ni nosotros sabremos qué habría ocurrido si los Capuleto y los Montesco hubieran llegado a una reconciliación. Desde luego, pensar que deben darse las mejores condiciones para el romance es una forma de ponerle límites a los actos del rubicundo angelillo y prevenir cualquier estupidez “romejulieteana” adolescente, pero que un sentimiento creciente de un adulto se convierta en un amor platónico de quinceañeros es tanto o más descabellado que consentir lo primero. Pero también en este caso, así pasa.

Reductio ad absurdum

Es posible que echar de menos, sea a una persona, una situación o una cosa, sea una de las experiencias que todo ser humano ha experimentado alguna vez en su vida. Extrañar algo que nos “perteneció” y hoy en día ya no lo hace nos sumerge a todos en un estado melancólico, incluso en muchas ocasiones habrá quien diga que el pasado con eso que ya no tenemos fue mejor que el presente. Baste decir que sólo echamos de menos eso que quisiéramos seguir manteniendo en nuestras vidas, y que lo indeseable jamás pertenecerá a este tipo de sensaciones. Pero, ¿se puede echar de menos lo que nunca se ha tenido?
La imaginación juega un papel muy importante en esto, y es que tanto los recuerdos como nuestros deseos son sólo percepciones de la realidad, y cabe la posibilidad de que al ser justamente eso, percepciones, sean radicalmente erróneas. Este tipo de circunstancias se pueden dar por ejemplo desde echar de menos a la persona que te empezaba a despertar mariposas en el estómago pero ya no ves con asiduidad, por lo tanto echas de menos algo que más que una ilusión pudiera haber sido una alucinación. O bien, en la fuerte crítica hacia el uso de Internet para todo, como ocurrió hace unos días con la aparición de una app que está pensada para recordar a todo olvidadizo con pareja aniversarios, fechas señaladas, cumpleaños, y hasta el día del santo de su suegra. Aquí la crítica lo que echa de menos es el “esfuerzo” amoroso que los enamorados hacen para cumplir con motivo de estas fechas o acontecimientos y la cataloga directamente de ser algo “verdaderamente malo”, pues si necesita este tipo de app es porque no está lo suficientemente enamorado como para recordarlo y por lo tanto no es buena persona. Una crítica muy racional, ¿verdad?
Este tipo de crítica plenamente emocional, no puede ser válida para intentar demostrar que algo nuevo y que tiene un propósito de facilitar la convivencia de muchas personas, es malo o dañoso, pues está claro que no lo es y además,  en este caso concreto hay que señalar que siempre hemos recurrido a apuntes en calendarios para no tener que sufrir ningún tipo de reprimenda conyugal. La necesidad de una argumentación racional para tal propósito es lo fundamental en estos casos. Pero esto es Internet y es lo que aquí ocurre.
Internet ha provocado que la gente eche de menos muchas cosas y que una especie de culpa penda sobre nuestras cabezas por llevar a la sociedad a la completa “desocialización”. Por todas partes podemos ver viñetas, comerciales, folletos, que nos invitan a dejar de estar constantemente “conectados” y a que intentemos mantener nuestras relaciones como veníamos haciendo antes de las nuevas tecnologías de “hiperlink”. El rasero de la crítica social tiene, en mi opinión, una importante tara, pues juzgan más por los fracasos que por los logros y deseos de mejorar, y juzgan más por las herramientas y no lo que se puede lograr con ellas. Y  juzgar es algo que debe hacerse con sumo cuidado, y ante todo con empatía, no puede ser que todo el mundo sea un monstruo para otra persona.
No sé hasta qué punto estaremos en peligro o no, pero sí tengo claro que es por este tipo de cosas que veo necesario hacerse con tres herramientas esenciales para la vida: sentido del humor, perspectiva y una piel muy gruesa.

Te digo la verdad si te digo que te estoy mintiendo

Que todos mentimos es una de las grandes verdades de nuestra existencia; es más, es una verdad que se hace más verdad al aseverar también con el mismo convencimiento que todos nos hemos jactado en alguna ocasión que somos paladines de la verdad y que “siempre vamos con la verdad por delante”. ¿O me equivoco mucho?Mentir se ha hecho un ejercicio, y hay quien lo práctica como hobby y hay quien ya lo practica casi profesionalmente, pero sea como sea, y aunque con diferentes matices, todos somos embusteros. La mentira, si se piensa bien, es una herramienta evolutiva, pues en muchas ocasiones es sólo a través de ella que logramos ciertas conquistas y sólo a través de ellas se apaciguan muchas almas. También es la mentira una herramienta de evasión, por ejemplo, cuando se usa para ocultar taras propias; nadie te las recordará si las desconocen y tú puedes vivir durante un tiempo sin estar pendiente de ellas. Y por supuesto, están las mentiras piadosas, entre amigos y familiares, las mentiras usadas para no discutir o incluso las mentiras para complacer. En definitiva, mentimos en muchas ocasiones y por muy diferentes motivos.

 

Una mentira muy típica, como típico es comentarlo, es el consabido “a ver si te llamo esta semana y nos tomamos algo”, pero al fin y al cabo, esta, es una mentira casi institucionalizada y aceptada como tal: nadie espera llamar ni ser llamado para tomarse nada. La diferencia está, en la mayoría de los casos, cuando ese tipo de propuestas o invitaciones vienen de una persona que nos interesa y que para ti ha mostrado interés. Recuerdo cuando antes sólo revisabas la bandeja de entrada de SMS una y otra vez, una y otra vez, con una total preocupación –y casi convicción- por si el tan ansiado SMS estaba perdido en alguna órbita o dimensión desconocida o había una especie de piquete ciberespacial que le impedía su misión. Por entonces, con tal tesis apoyando tu iniciativa, enviabas un mensaje: “Hola, no sé si habrás escrito, pero como dijiste que lo harías para quedar…y no he recibido nada. Pues eso, ¿qué tal te va?”  Como apunta Xisela López en “Volverán las naranjas”, un libro que cuenta una historia de amor a través de la lectura de los SMS de un móvil perdido y encontrado después de un tiempo, los SMS eran muchísimo más pensados que cualquier mensaje actual. Antes, el primer medio de comunicación instantánea que nos brindaba cierta seguridad y protección por el hecho de no estar cara a cara y no precisar una respuesta irreflexiva por reacción a una sorpresa, el llamado SMS, costaba dinero y había que pensar muy bien qué decir y cómo aprovecharlo al máximo (creo recordar que eran 120 caracteres), se abusaba de los puntos suspensivos y los emoticonos casi no existían. Era el principio de una era de la comunicación inmediata, escrita y de impulso controlado. Y bueno,  sí era cierto que en un principio algunos no llegaban, pero sólo ocurrió en un principio, luego sólo sirvió de excusa. Pues bien, a ese tipo de mensajes o no te contestaban nunca y hasta ahí dejabas que tu dignidad menguara, o bien podía seguirle un segundo SMS -y un segundo intento-  si aun te quedaban ganas de acabar con la poca dignidad que te quedara.

Ahora no, ahora revisamos Whatsapp, e-mail, mensaje privado en Facebook, mensaje privado en Twitter, pseodomenciones en cualquier medio que puedas revisar, etc. Y así vas alternando una y otra vez, una y otra vez, en bucle, esperando también esa comunicación atrincherada en alguna sucursal infernal del ciberespacio. Pero probablemente te pienses más que antes mandar ese mensaje de “¡Eo, estoy aquí!”, bien sea porque ya no estamos para esas cosas o porque la excusa de que el mensaje está secuestrado ya no es válida. Aun así, te sigues martirizando y preguntándo porqué puso tanto interés si luego no ha dado ningún tipo de señal.

Y es cuando nos preguntamos  ¿mentira piadosa? ¿pura educación? ¿me inventé yo su interés? ¿me estoy volviendo loca? Porque claro, también está la relación que existe entre las palabras y los actos, o lo que es lo mismo, si las palabras, sean escritas o no, sirven para conocer a una persona. Antonie de Saint-Exupéry, en “El Principito” nos pone en la tesitura de qué necesitamos saber de una persona para conocerlo y sobre el arte de preguntar (porque si te preguntan es porque tienen interés, ¿verdad?):

 «Había hecho entonces una gran demostración de su descubrimiento en un Congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le había creído a causa de su vestimenta. Los adultos son así. (…) Cuando uno les habla de un nuevo amigo, nunca preguntan sobre lo esencial. Nunca te dicen: «Cómo es el sonido de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?» Te preguntan: «Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?» Sólo entonces creen conocerlo.»

Es cierto que casi siempre nos precipitamos y los primeros en mentirnos somos nosotros mismos, pero al igual que el Principito, estoy segura de que hay algunas preguntas mágicas que nos servirían y una buena forma de empezar sería: “¿tú también escuchas esas voces?” así descartaríamos a unos cuantos y por otro lado decir: “¡Déjame que pague yo!”, la reacción a esta afirmación también será de lo más reveladora.

Bromas aparte, una persona es todo eso y más, palabras, gestos, miradas, actos, tono de voz, pero también su peso, en qué familia se crió y saber si se muerde las uñas. Aunque lo mejor para conocernos es compartir un vino, charlar y observarte también a ti mismo, pues si estás a gusto, aunque sea mentira, te habrá merecido la pena, además de que habrá que esperar a que la ocasión sea más propicia para ese intercambio de mensajes mientras los piquetes existan sólo en las miradas.