El P2P o cómo compartimos en el sigo XXI

Si en 2013 el coworking fue la tendencia que redefinió nuestra forma de trabajo -al menos la del freelance-  donde diferentes trabajadores comparten espacio e ideas, incluso llegan a crear un importante networking o red de contactos y colaboraciones, parece ser que en 2014 lo que nos va a seducir es el covationing, o lo que es lo mismo, hacer uso colectivo de los espacios turísticos o de hospedaje en nuestros ansiados retiros vacacionales. Si hemos  repensado el cómo trabajar, es hora de repensar el cómo pasar nuestras vacaciones. Desde luego, muchos ya lo habréis pensado, ningún “co –ing” anual o de turno es nuevo: abogados o médicos, se han asociado en pequeños despachos o clínicas para poder hacer frente a gastos conjuntamente y familias enteras se hacinaban en apartamentos en la costa para ahorrar en la época estival. Actualmente,  la reinvención de estas “formas de llevar la vida” se perfilan hoy por hoy de un modo moderno y “cool”.
Reinventar nuestra propia vida es intrínseco en el ser humano, si no fuera así no estaríamos donde estamos hoy en día. Pero es, si se me permite, sobrecogedor cómo se reinventa una de las generaciones más solitarias de la historia, pues no por ser solitaria es antisocial ni ermitaña, sino todo lo contrario.
Con la revolución de las nuevas tecnologías nos acostumbramos sin darnos cuenta a una nueva forma de compartir. Sólo nos hace falta entrar a una red social, elijamos Facebook, y seremos espectadores de la vida social –en ocasiones e innecesariamente, también la íntima- de cualquiera de nuestros amigos, incluido las nuestras. A la vez en ella misma, en esa red, se da la prolongación de la actividad social pero sin necesidad de presencia física. Todo ello se da bajo un contrato no expreso, a saber: “yo comparto mi vida contigo, si tú compartes tu vida conmigo”; así, mediante una transferencia mutua de datos personales, quedamos satisfechos.
Compartir espacio de trabajo, compartir vacaciones, compartir datos personales, al final, todo ello es una nueva forma de trueque y todos salimos ganando. Repensar el trueque puede que también esté de moda. Es más, yo no paro de hacerlo.
Hasta aquí podríamos hablar de un trueque donde lo que se intercambia es una mercancía  de la misma especie y valor, pero en la cibercultura no siempre es así, sino que se comparte otro tipo género al cual no me atrevo a llamar tan a la ligera mercancía si entendemos como tal algo que se puede vender y/o comprar  llevando implícitamente la cualidad de ser intercambiable por otras mercancías. Me refiero concretamente a las ideas, pues si hay algo que abunda y sobreabunda en el ciberespacio son ideas. Lo mismo encontramos una exposición de pintura de un artista desconocido -o tu vecino del 5º- en una web, o bien discografías completas de músicos amateurs en nubes virtuales que van desde el cancionero navideño de música sacra hasta la más revolucionaria fusión de música celta con letra de poemas del Medievo irlandés. También leemos novelas completas, vemos cortos y películas online de estudios experimentales y sin recursos, y nos encontramos con opiniones (como las mías y otras mucho mejores) sobre todo tipo de asuntos en esta explosión de blogs. Mejores, peores, brillantes, efímeras, banales…ideas.
¿Cuál es el valor de cambio de las ideas en la cibercultura? Imagino que según la motivación del que comparte habrá una respuesta diferente y una recompensa distinta. Pero lo que es claro es que no es una recompensa medible como las que comentaba anteriormente. Si pensamos en el movimiento de la narración transmedia, lo que gratifica al autor que se aventura a realizar un correlato de la historia principal es poder deslindarse de cualquier influencia comercial, como, por ejemplo, en el caso de la serie Lost. Sus seguidores, manteniendo únicamente algunos puntos primordiales de la historia original,  crearon otra paralela y completamente diferente a esta, llegando a tener casi más aceptación y mejores críticas académicas que la televisada. El propio seguidor era creador de la historia, así, su recompensa era tener una historia realizada por él mismo, en comunidad y a la carta. La finalidad de esta creación, al menos al principio, no era la de obtener una recompensa económica, pero qué ocurriría si cada vez menos ideas dejan de pagarse es algo que no deja de preocuparme. Posiblemente es algo que no llegue a pasar nunca, y que como dice un profesor mío para qué hacer hipótesis de algo que nunca va a ocurrir, sin embargo, subyace aquí la cuestión de la calidad.
Realmente pienso que, hablando de ideas, nada es tan simple como para agotarse, no obstante, en lo que ya sí hemos perdido es en técnica, y por lo tanto en calidad objetiva. Ni todas las ideas son buenas, ni todas las buenas son las exitosas. Tampoco, todo éxito –bueno o malo- es apto para ser económicamente rentable, aun así, subyace una cultura de la gratuidad bastante peligrosa. Y es que hoy en día cualquiera “crea cultura”, y encima cualquiera piensa que hacemos algo por lo que anteriormente se hubiera pagado. Verdaderamente tienen razón, habría que pagarlo, pero pagarlo para aprender a hacerlo bien.
La creación ilustre de nuestro tiempo está sufriendo un daño que posiblemente sea irremediable. En la otra moneda encontramos al que sí tendría que ser pagado y ha logrado profesionalizar su vida, sin embargo se le ofrecen, por decir algo, columnas en periódicos sin remuneración al creador de una novela y tres ensayos muy premiados, colaboraciones solidarias con artistas que están en auge y de previsible éxito efímero con su correspondiente menor calado cultural, e innumerables casos que minan nuestra sociedad de incultura para la incultura.
Si Tolstoi nos enseñó que “el arte y la cultura forman otro fuerte de lucha; [y que los] escritores y artistas son sus soldados”, me temo señores, que de esta batalla, lo mismo, no pasamos.