Estar solo está de moda

Es habitual ver en sitios públicos a personas solas inmersas en su soledad, bien leyendo un periódico o un libro, “estacionados” en cafés con sus portátiles, gente que contempla a gente en un parque o, lo más común, mirando a la pantalla del móvil. Es algo que no extraña a nadie. A luces de las tendencias que marcan los “nuevos padrones”, donde se observa que el número de personas que viven solas es creciente y al alza, el hecho de ver a alguien como describía más arriba parece ser una prolongación de esta nueva forma de vida en solitario.
Hay muchos factores sociológicos por los que esta tendencia se ha dado y además se ve imparable, entre ellos destaca la independencia económico-laboral de la mujer, vidas de un alto estrés laboral, factores como los nombrados que junto a otros (deficiencias en políticas sociales y de familia, por ejemplo) hacen que una relación de pareja sea más difícil de prolongar, el que prime el deseo del éxito personal a un proyecto común. Son muchos los factores y sobre cada uno de ellos tendría muchas cosas que decir, pues para casi todos tengo un “pero”, no obstante, aunque sea una realidad tangible que todos ellos influyen directamente en el asunto,  para mí vuelve a entrar en juego el exorbitante número de alternativas de las que disponemos, y de las que ya os he hablado anteriormente, que sumándolo a lo poco dada que está la sociedad a realizar un esfuerzo más del que no esté seguro que le sea gratificante, como os decía en mi último post, obtenemos como resultado al nuevo y solitario joven adulto. Es así pues, se me ocurre la siguiente ecuación:
(Alternativas de ‘x’)^inf + (si Satisfacción) = Desorden emocional del joven adulto contemporáneo
Disculpen el sarcasmo, no es que piense exactamente que los adultos de entre 27 y 40 años están perdiendo el rumbo (o lo estamos, yo también ando en el rango y, casi, en la tesitura), pero sí pienso que andamos un poco perdidos.
Hace poco vi La vida de Adèle, una película francesa de reciente estreno que me ha hecho reflexionar sobre varias cosas, pero una de ellas es sobre la soledad. Adèle es una chica de 18 años que empieza a experimentar en el terreno sentimental; la cinta se centra en la relación que ella mantiene con Emma, una artista de pelo corto azul de la cual se enamora. Ambas viven una apasionada relación, pero la vida de Adèle, llegado un momento, deja de ser apasionante y apasionada y lo único que siente es soledad.
Existen diferentes tipos de soledad, una sería la soledad en pareja, y dentro de esta encontramos dos subtipos más: 1) la que surge por un sentimiento de abandono de la otra parte y 2) la que se elige en compañía. Mientras el primer subtipo es una de las peores soledades que se me ocurren, el segundo es el mejor consenso al que puede llegar una pareja. Pero esto, como os decía, requiere esfuerzo, un entendimiento previo y cuidado, un acompañar al otro en soledad, respetando a esa soledad siempre que se necesite. El otro tipo de soledad sería el habitual, aunque también esta, con sus subtipos: 1) la soledad por elección ajena o 2) por elección propia. Sobre el primer subtipo no pienso hablar, no me siento con derecho a ello, por lo menos ahora no, disculpadme de nuevo. Con respecto al segundo, varias cosas: si hablamos de “elección” ¿hablamos también de “libertad” (para tomarla)? En principio debo pensar que sí. Por otro lado, si hablamos de “libertad de elección” ¿hablamos también de “ser consecuente”? ¿Se toman todas las precauciones para tomar esa decisión conscientemente? A estas pregunta, ni en principio, puedo contestar que sí. Sobre estas cuestiones volveré en la siguiente entrada, ya que es algo que me cuestiono con frecuencia, pero mi intención de hoy es otra.
Estamos en Navidad, una época que a muchos les gusta tildar de “hipócrita”, baste decir que pienso que no se puede caer en eso. Si vivimos en una vorágine de soledad, es normal que el resto del año pase sin demostraciones –más o menos efusivas- de afectividad, cariño o simpatía por los demás. Es preferible, sin embargo, entender esta época como lo que es, una época de reunión, festejo, celebración… todo ello en compañía. Que aunque coincida en fecha con el resto del mundo que celebre estas fiestas y lo aleje de la originalidad o peculiaridad de “lo verdadero por ser sólo nuestro y cuando nosotros queramos”, también es preciso que los solitarios dejen de estar solos por unas horas para compartir con amigos y familiares. Así que aprovechemos la ocasión para, una vez al año, volver a ser lo que fuimos: seres sociales que se tocan, besan y huelen.
¡Feliz Navidad a todos!

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